La muerte y el perro

A veces, mientras desarrollo tareas en el campo, solo, y son repetidas, no he de pensar y mi mente se distrae. Surgen pensamientos insospechados, que nunca en otro momento los tendría.
En realidad, todos sabemos, sin conocerla, lo que es la muerte. Ni la queremos ni nos acercamos a ella voluntariamente. Antes huimos ante cualquier riesgo que nos acerque a ella. La contemplamos cuando le llega a alguien en nuestra presencia. Y la aceptamos.
También sabemos que será irreversible el momento cuando, como una nebulosa, aletargue nuestra vida.
No querer, no conocer, no acercarnos, huir, son verbos dinámicos, expresan el resultado de una decisión. Aceptar, sin embargo, representa la sumisión, la impotencia, la espera, transigir ante lo irrefutable.
Acción y sumisión representan el mundo día a día, procesos mentales primero y actos voluntarios que conducen a la esencial incertidumbre..., como la muerte.
En esas estaba cuando se me acercó un perro de agresivas fauces que hizo saltar por los aires mi razonamiento. No diré lo que hice, así como tampoco la manera en que me deshice del aguerrido animal.
Cuando regresé a mi reposado mundo y repasé lo pensado y lo sucedido, me preguntaba por qué el can se lanzó agresivo sin pensar que yo podía agredirle, es decir cómo no pensó que se acercaba a la muerte sin aceptarla.
Se hace imposible escrutar el pensamiento de un animal cuando se dirige hacia ti sin que logre entender por qué quiere agredirme.

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