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Mostrando entradas de agosto, 2016

Festeros de antes, memoria y espíritu de hoy

Las fiestas de Moros y Cristianos son entrañables. Llevan la memoria de generaciones cuyos acontecimientos nos transmitieron, sin proponérselo, amigos y familiares. De cada uno de ellos recordado se puede hacer un relato, una historieta de las que ni se agrandan ni se transforman. Aquí quede constancia de una de ellas para que otros den fé con su memoria. Muchos de los sucesos recordados con cariño parten de una improvisación, un quedar en torno a unos músicos con otros amigos y dejarse llevar en la mesa de cualquier bar contando bromas, anécdotas y desfilando al son de pasodobles y marchas. Pues transcurrían los años de gloria y asueto de mi perecedera juventud cuando fuí invitado a una de esas reuniones después de la Entrada de Músicas, todavía viernes por la mañana, en Ca Rejol, frente al ayuntamiento, bajo la porchada que ocupaba junto al Bar Ideal. Eran sus patrocinadores Rafael Revert y Perfecto García y acudían personas de relevancia festera y diferentes estatus sociales,

A mi padre Rafael Rovira Tortosa, que hoy cumpliría 100 años

Un día en la vida de cualquier persona no representa acontecimiento alguno, excepto para sus allegados. Una fecha en el calendario se recuerda si formamos parte del suceso que memorizamos. Sin embargo, cuando las fechas se contemplan desde la distancia, mejor dicho, desde la longevidad, adquieren singular recuerdo si forman parte de nuestra vida. Pues sucede que hoy hace 100 años, vino al mundo mi padre. Un padre marca huella, más importante, es la forja de mis primeros años, desbroza el camino por donde voy a pasar, concierta mis primeras andanzas con los demás, hasta que me emancipo. Me educó y preparó el terreno consciente que debía hacerlo, responsable, comprometido con su cometido. Pero por encima de todo, mi padre fue un currante. ¿Quién no tiene en su familia o en sus amistades un currante? Lo que sucede es que el trabajo sacrificado lo dedicó a mejorar la calidad de vida de los demás, a curarlos, porque mi padre fue médico. Los

EL ALFÉIZAR

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     Hubo un tiempo que las casas se alzaban con sólidos muros de protección exterior, de tal modo que, a más de proteger la vivienda de las inclemencias externas, calor sobre todo, hacían valer sus útiles para mostrar lo práctico que resultaba tener ventanas al exterior.      Era el caso del alféizar, un sencillo elemento en una habitación con vistas, que la hacía más atractiva, algo así como más deseada, hasta el punto de referir la habitación del hotel, al menos con alféizar, si no era posible la terraza o el balcón.      Las plantas bajas de los edificios eran habitables, quiero decir que vivía una familia y si los balconcillos no frecuentaban la fachada, sí lo hacían las ventanas, menos los grandes ventanales tan propios de la construcción renacentista y barroca; en ellos predominaban los hierros de forja con volutas y adornos que dejaban constancia de la importancia de los inquilinos de la vivienda.      Mas los ventanucos con portecillas acristaladas y discreta co