A mi padre Rafael Rovira Tortosa, que hoy cumpliría 100 años

Un día en la vida de cualquier persona no representa acontecimiento alguno, excepto para sus allegados. Una fecha en el calendario se recuerda si formamos parte del suceso que memorizamos.
Sin embargo, cuando las fechas se contemplan desde la distancia, mejor dicho, desde la longevidad, adquieren singular recuerdo si forman parte de nuestra vida.
Pues sucede que hoy hace 100 años, vino al mundo mi padre. Un padre marca huella, más importante, es la forja de mis primeros años, desbroza el camino por donde voy a pasar, concierta mis primeras andanzas con los demás, hasta que me emancipo.
Me educó y preparó el terreno consciente que debía hacerlo, responsable, comprometido con su cometido.
Pero por encima de todo, mi padre fue un currante. ¿Quién no tiene en su familia o en sus amistades un currante? Lo que sucede es que el trabajo sacrificado lo dedicó a mejorar la calidad de vida de los demás, a curarlos, porque mi padre fue médico.
Los hijos de padres que vivieron los años 40, 50, 60 del pasado siglo deben preguntarles qué significó el médico en la familia. Yo puedo hablar de esta parte de la vida del médico en mi familia. Él fue el sustento, la cabeza, la espera, el susurro, la tranquilidad, todo lo que nos transmitía. Luego descubrí que al exterior de ese entramado arquitectónico había una persona, un hombre, sacrificado por la llamada, el aviso de que algo malo ocurría en otro domicilio. En el regreso, su estado anímico nos dejaba la impronta de que no había de qué preocuparse o sí, lo padecía.
En muchas ocasiones la cama domiciliaria del enfermo se convertía en cama hospitalaria, el equipo médico del servicio eran los compañeros médicos del pueblo a los que mi padre reunía en la cabecera del enfermo para confirmar diagnóstico y tratamiento, sin especialistas, sin medios para monitorizar al paciente, con hospitales a 2 horas de coche. Se la jugaba día y noche.
Es comprensible que sus enfermos, a quienes dedicó tiempo y sacrificio, convirtieran los ratos de asueto familiar en el estudio y búsqueda de nuevos conocimientos. En la familia, esto resultó duro en muchas ocasiones, frustrando escapadas o hurtando momentos de convivencia, incluso creando tensiones.
¡Cómo podía yo escapar de tan intensas vivencias! Imposible, porque su huella ya estaba impresa en mi conciencia. Mi vida ha sido un constante recuerdo del hombre, del médico y, por encima de todo, del padre.
Hombres así merecen un homenaje, me siento obligado, necesito hacértelo para que tu memoria no muera mientras yo viva.

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