LA CIUDAD
El verano es época propicia para el viaje. El calor somete
la mente a su liberación y nos cuesta concentrar esfuerzos para mantenerse
firmes en el trabajo. Las vacaciones se convierten en necesidad y nos libera
del agobio.
Este pensamiento asido por los pelos después de un
estresante día laboral tuvo suficiente determinación para que me decidiera, por
fin, a buscar el escape, el lugar donde no estar agobiado, alejado del mundo
que me subyuga y secuestra. Era como adquirir un nuevo compromiso conmigo
mismo, con mis amigos y compañeros de trabajo.
Y en lugar de dejarme llevar por las maravillosas ofertas de
la agencia de viajes, de lugares bulliciosos y de parajes afamados, me abandoné
a que el instinto se convirtiera en motor que arranca impulsos y sensaciones.
Y así supe que el motivo de la escapada era liberarme, no
recrearme. En busca del tarro de las esencias olvidado, concebí una gran
ciudad, alejada del espacio vital que me rodea, cosmopolita, acostumbrada al
bullicio, conciliadora con el sosiego. La ciudad que no te engulle, pero a la vez te arropa,
aquella donde te sientes seguro de ti mismo, de faz impersonal y de rostros
conocidos.
Una selva humana, sin animales, donde perderse depende tan
solo de un acto de voluntad, donde regresas al presente con abrir los ojos, el
lugar adecuado para que un libro te transporte lejos y una ofrenda musical meza
el ruido en dulce sopor.
En la ciudad hay personas, desconocidas todas, ninguna
hablará de ti, tampoco se chivará de tu presencia en el ambiente que te
adentras, te acompañarán sin mirarte, hablarás y te contestarán y hasta querrán
cooperar si les ofreces tu apoyo y pides el suyo. Nadie reprochará tus acciones
y opiniones.
En esa ciudad, grande, cosmopolita, impersonal y
desconocida, seré libre.
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