In memoriam


Había estado esperando la inspección de plagas de la Consellería de Agricultura y el poniente seco presagiaba un día duro de verano. Acompañé a los inspectores por los campos donde se adivinaba la virosis irreversible, muestras por aquí, análisis visual más allá, parada, descanso y tragos de agua fresca. 

Al finalizar la mañana me despedí de los inspectores, no sin antes ofrecerles comida y descanso hasta que calmara el sofoco. El fuerte viento no amainaba y el sol era abrasador.

Tras la comida, alguien alertó de una columna de humo junto al cabezo de Tirirant y al poco se vieron aparecer las violentas y serpenteantes llamas avivadas por el poniente tomar el camino del matorral y el bosque mediterráneo.

Eran las 4 de la tarde del 4 de Julio de 1994. Desde nuestra posición, ese fue el inicio del mayor desastre natural vivido en mi pueblo de Ontinyent. Yo había vivido otros incendios como mero espectador y había participado en la extinción desde dentro de la organización, si es que se puede llamar así al despropósito preventivo y la nula gestión basada en un sistema previsto y ensayado.

Cuando ocurre una catástrofe y actuamos de corazón en su remedio, todo está perdonado. Pero hay unos responsables a los que exigir el cumplimiento de su función.

En boca de muchos escuchamos decir que los montes se apagan en invierno, que la mejor limpieza del sotobosque la llevan a cabo los ganados de cabras, que hace falta gestionar el monte para prevenir nuevos incendios. Lo cierto es que desde que el monte es público y el organismo responsable actúa en solitario sin tener en cuenta a los que pueden sacar partido, el monte se quema, sea por accidente, sea provocado.

En Ontinyent, la sociedad no pública que explota el monte para sus intereses es la de cazadores, con los resultados conocidos y comentados. Sociedad que en alguna ocasión ha impedido que el monte público fuese gestionado por sociedades mercantiles privadas con experiencia en parajes de otras comunidades. Ya se sabe que los ayuntamientos se amilanan ante la presión ejercida por grupos de interés locales. 

El recuerdo del mal estimula una fuerza interior que nos invita a poner toda nuestra voluntad en que no vuelva a ocurrir. A la vez nos anima a comunicar a los demás para que el recuerdo nos aparte del mal y evitarlo. Que la memoria del incendio sirva para poner en alerta al Estado y recordar su responsabilidad.

Ayuntamientos y Generalitat han demostrado ser ineficaces, inútiles, en la prevención. Es hora de la cooperación de todos los interesados. Basta ya de prohibiciones absurdas.



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