De placeres, subvenciones y derechos

 Me gustan las playas de arena. Caminar descalzo sobre la espuma al romper la ola, recrearme sobre la tumbona junto a un libro antes del sueño, percibir el gusto salado del baño y, al fín, sorber el trago que sublima todo el placer recibido.
Mi elección es el apartamento en primera fila, si es posible con vistas, pero siempre con el oido hacia el horizonte marino para percibir el inconfundible sonido del lugar, el mismo que escucho al acercar la caracola a la oreja.
Por motivos de trabajo, casi todos los años alquilo el apartamento en Agosto, pero aprovecho algún puente para esparcir mi tiempo en hoteles, también junto al mar.
Pero ahora ya no. Quiero decir que desde hace 4 años los apartamentos que he alquilado se alejan de la orilla del mar. Los precios del alquiler son prohibitivos, no porque suban y suban, sino porque ha bajado mi reserva económica. Si antes vivía cada segundo los placeres que el mar me proporcionaba, ahora tengo que visitarlo a diario.
Esta mal decirlo, pero la Consellería de Bienestar Social me subvencionaba una parte de los costes hoteleros y aunque su calidad no era la buscada, al menos daba satisfacción a mis ociosos impulsos.
Anoche asistí en el cine Cineapolis del Teler de Ontinyent a una representación en directo desde el Royal Opera House de Londres de La Dama del Lago, ópera de Giachino Rossini, aquel compositor que fué amigo y maestro de nuestro paisano Melchor Gomis en el bohemio y turbulento París del primer tercio del s. XIX.
El Royal Opera House es uno de los templos mundiales de la lírica clásica, sus representaciones nunca defraudan y sus montajes son contratados por otros teatros de primera calidad alrededor del mundo. La de anoche no fué una excepción, porque se pueden contar con los dedos de la mano los teatros que actúen 5 voces como las que nos iluminaron ayer: Joyce DiDonato, Daniela Barcellona, Colin Lee, Simón Orfila y Juan Diego Flórez.
Me hubiera gustado estar en el Royal londinense, pero la cartera no la tengo muy bién arreglada, así que me conformé con pagar 13 euros y disfrutar, gracias a la tecnología y las comunicaciones, de una magnífica retransmisión a la que si los cineópolos aplaudiéramos, viviríamos mucho más de cerca el gran espectáculo operístico. ¡Ah, que quede claro!, sin subvenciones.
Fué la última representación de la temporada en Cineápolis, qué pena, pero la próxima promete.
En la vida elegimos los placeres según nuestras preferencias y los costes para su obtención. Las sensaciones que me produce la playa y la ópera son las mismas, satisfacer mis sentidos. Pero debo decidir cuánto gastar y aquí tengo que priorizar. La subvención distorsiona los precios y puede convertir el placer en un derecho de los mal llamados adquiridos.

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