EN DEFENSA DE LOS ANIMALES

Creo que no se debe centrar el debate en el maltrato, porque es palabra ambigua y polivalente cuando se aplica a las mascotas: desde matar un animal hasta cuidarlo en casa es maltrato según quién la refiera.
La carga sentimental cuando se habla de los animales suplanta en casi todos los casos el pensamiento crítico con el que se debe abordar el debate, creo yo, lo cual hace pensar que existen motivos alejados del puro maltrato para concluir que el trato con los animales es malo según qué casos.
La educación es la base para respetar a todos los animales; la escuela, familia y amigos son un buen principio.
Ética y moral son principios básicos del comportamiento humano, pero son componentes de la esfera personal de cada cual; por tanto no se puede imponer autoritariamente aspectos que afectan a la razón de cada cual, son parte de nuestra individualidad. Lo contrario sería pertenecer a una sociedad tiránica, donde los sentimientos de unos se imponen sobre los del resto, como sucede en España con determinados grupos políticos.
El hombre siempre ha hecho uso de los animales para su beneficio, como sustento, ayuda o distracción. Esas tres palabras encierran toda la actividad que podemos realizar con los animales, incluido el respeto, más si cabe cuando el animal es propiedad de un tercero.
Al contrario de los que se piensa, la propiedad sobre los animales es una constante en la historia, y muy beneficiosa para el hombre. Yo no puedo, por ley y por principio, robar, matar ni aprovecharme de un animal que tiene un propietario. Ahí la ley es tajante.
Diferenciar entre animales es la manera burda de llevar el debate al terreno de intereses ajenos o propios del interesado. Se tiene una consideración especial a los perros como mascotas y nos olvidamos de cualquier otro mamífero tan animal como el perro, cuando estos forman parte de suculentas dietas en otras culturas. Sin embargo aquellas culturas no tiene por qué ser peores que la nuestra, mostraríamos poca sensibilidad y una grado incorregible de xenofobia.
Así pues, los sentimientos, no la razón, son los que guían el debate hacia posiciones maximalistas. El amor a los animales no debe convertirse en la doctrina que dirija unilateralmente la utilidad que obtenemos de ellos, no por amor sino por todo lo contrario: envidia y odio hacia grupos que los manejan para su provecho.

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