Sigmund Freud en el botellón

     
     Freud es conocido por ser el introductor en Medicina de la teoría del psicoanálisis. Es compleja y poco apta para los no introducidos en la jerga médica, así que no haré ningún pinito dando explicaciones de su significado, entre otras cosas porque no entiendo casi nada. Tampoco tengo ganas de memorizar, por lo tanto, correré un opaco tul y saldré del proscenio.

     Sin embargo, sí que existe un punto de vista freudiano, digámoslo así,  que sin saber nada de las teorías de Freud, mucho menos del significado de la palabrea psicoanálisis, la opinión pública mayoritaria cree que los deseos secretos y los traumas ocultos que permanecen secretos y ocultos, acaban provocando graves problemas. De ahí la visión romántica y sentimental para alcanzar la felicidad: todo lo que no responda a los deseos y caprichos personales hay que apartarlo. 

     En este punto encuentro a Freud bajo el capó del coche, rodeado de jóvenes, observando y preguntando entre cubatas y porros. A la pregunta de por qué beben hasta la pérdida de conciencia y haciendo el ridículo en público, responden casi al unísono que lo necesitan para perder todas sus inhibiciones y expresar lo que llevan dentro, como si se tratara de un grano infectado e hinchado por el pus que hay que extraer para evitar una septicemia emocional.

     Sería esta una explicación al rechazo a todo compromiso contractual, económico o cultural, de aquéllos que piensan que las relaciones humanas deben ser permanentemente dichosas, para lo cual hay que hacer desaparecer cualquier motivo de frustración. Este pensamiento se ha extendido en la opinión pública hasta el punto de conducir a una excesiva indulgencia y difuminación de los límites entre lo permitido y no permitido.

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