Imperceptible realidad del reposo


     Es bonito vivir en el bosque encantado. Sí, sí, lo digo con conocimiento de la causa que hizo sumergirme en las entre-ramas del encanto embaucador. 

     Elegí el hayedo, tupido por las albi-verdes hojas de ensueño, alfombrado por el pardo acogedor, que mantiene siempre en alerta por la inesperada magia del hada.

     La causa del retiro fue la agobiante realidad del cotidiano transcurrir. Bucear el hayedo para ser sorprendido por el hechizo ha sido la búsqueda de la piedra filosofal que limpiara de esquirlas el uso diario del hábito.

     El proceso fue corto. El susurro creciente de la torrentera en el descenso, un ulular constante del follaje mecido por el viento, el siseo de las aves en vuelo raso, sus cantos y llamadas, pisadas que delatan silencios y el seco crujir de los pasos que te dan la hora y la vida cada día.

     Sin la noche, sin el día, no hay necesidad, ni obligación, ni compromiso. Solo la búsqueda de la pureza del alma transida, solo el esfuerzo por recuperar la altura y elevarse para encontrar un "yo" olvidado.

     Y luego el descenso entre riscos y laderas y abedules, abetos de alta copa, olmos como lanzas sobresalientes del cuadro, después el rododendro y de nuevo las fadas, el hayedo del sueño recuperado. La naturaleza y yo, unidad inseparable y eterna, la unidad impar, diferente, para volver a empezar.

     Regresado, me incorporo al engranaje del mecanismo habitual, como una pieza del recambio natural después de servida. Gastado por el tiempo, amado por muy usado, presto a la conquista.

     En el trance, vuelva la inconsistencia, la duda, la falibilidad del ser, todo lo que nos hace persistir en nuestra limitada existencia.  

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