Los toros, la fiesta y los antitaurinos


Esta mañana he estado en la plaza de toros de Valencia. Quería saber sobre los carteles de la Feria de Julio, sobre el ambientillo que se respira alrededor de las taquillas. Cosas que solemos hacer los taurinos los dias de vísperas y más cuando estamos separados del lugar del acontecimiento. Personalmente me interesan los toros, su bravura, sus hechuras, su encaste. Y si alguna figura del toreo se apunta, mejor para los sentidos.

La verdad es que la llamada fiesta brava está atravesando un bache dóblemente malo: por una parte sufre la crisis económica que todo y a todos abarca, además de la intransigencia de apoderados, toreros y ganaderos de no bajar los precios, eso deduzco porque los precios de las localidades siguen subiendo. Pero, además, la presión antitaurina se hace sentir y si bien es verdad que no nos afecta a los aficcionados de siempre, desanima a los que podrían aproximarse a este impar espectáculo.

Entiendo a las personas que no les gusta la corrida de toros, que en corros y tertulias se aprestan a defender sus posturas con argumentos de igual manera que yo defiendo los mios a favor. Lo que rechazo es la obstinada actitud que toman  para defender la prohibición de las corridas, así como los actos increpantes y violentos delante de gente pacífica. Y en este punto es donde los antitaurinos buscan la politización o prohibición mediante la ley, porque no pueden hacer valer sus argumentos ante un hecho incuestionable: todo lo que conocemos del toreo, del toro de lidia, los movimientos económicos y sociales que mueve, el vocabulario taurino creado, su extensión al argot popular, teatro, literatura, ensayos, escuelas, componen una estructura social consolidada que ni forma parte de nuestra estructura genética, ni ha sido diseñada por una mente preclara, sino que es un proceso evolutivo e involuntario a lo largo de miles de años.

Los antitaurinos basan toda su estrategia en el "sufrimiento" que se le infringe al animal, sin pensar que muchos de ellos les gusta la caza o la pesca, o sin querer enterarse de que cualquier animal herido por el hombre va a desembocar en el mismo final que el toro en la plaza. No, la postura de la élite anti es la tendencia a reñirnos porque todos somos culpables, todos menos ellos, son los censores actuales, Torquemadas de la modernidad. 

A veces pretenden desprestigiar el lenguaje taurino con supérfluas, pero violentas críticas a las palabras usadas en la jerga taurina. Leía a un bloguero que se autotitula escritor quejarse porque alguien había hecho un comentario sobre la nobleza de un  toro en un encierro de San Fermín pasado." ¿El animal ha sido noble? ¿Perdón? Ha sido tonto", contestaba iracundo el bloguero, porque el toro no hizo por los mozos que se amontonaban en su cara. Noble es el animal con cualidades equiparables a esa condición humana, mientras nuestro personaje lo equiparaba con manso, sin tener la menor idea de lo que significa en el vocabulario taurino.

"Mientras lo observaba, no he podido evitar pensar que el pobre animal ha sido tonto, con un poco más de conocimiento y menos miedo creo que hubiese decidido llevarse a unos cuantos por delante, antes de morir esta tarde en la plaza… donde van a lincharlo en plan neonazi". Con esta frasecita se despachaba el diabólico personaje, en plan dictador. 

Los que aprovechamos el tirón cultural que lo taurino nos brindaba, tenemos la suerte de disfrutar ante tan grande belleza, vivir sensaciones desconocidas, asentar y transmitir el conocimiento adquirido de ese maravilloso mundo. Y con espíritu crítico, censurar las malas hechuras del torero.

Sí, efectivamente he comprado el ticket para una de las corridas. Por encima de todo iré a presenciar la única certeza que se producirá en la plaza: el valor de los toreros. Todo lo demás es incertidumbre. Somos los aficcionados como los reporteros gráficos buscando la instantánea para el pullitzer de la memoria, que quede grabado en lo más profundo del cerebro para rememorar el momento y sentir las emociones que la sóla imagen produce.

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