CAPITALISMO SALVAJE
Los hechos son elementos obstinados e,
independientemente de nuestros deseos, tendencias o de los dictados de nuestras
pasiones, no pueden alterar el estado de las cosas ni lo evidente. (JOHN ADAMS, 1735-1826, 2º Presidente de los
EEUU).
El laissez faire no significa: Dejen
que operen las desalmadas fuerzas mecánicas. Significa: Dejen que cada
individuo escoja cómo quiere cooperar en la división social del trabajo; dejen
que los consumidores determinen qué empresarios deberían producir.
Planificación significa: dejen que únicamente el gobierno escoja e imponga sus
reglas a través del aparato de coerción y compulsión. (LUDWIN von
MISES, 1881-1973, Economista y Filósofo).
Leo la columna del director, Santiago
Sanchis, del sábado 12 de Enero y no quiero resistirme a la tentación de
puntualizar conceptos equívocos a mi entender. Porque desde posiciones
progresistas de poder, que retoma el director en su columna, “el sistema
capitalista salvaje” nos ha conducido a “esta megacrisis y al fracaso de las
dictaduras comunistas”. Con este entrada da paso a la esperanza en “la economía
del bien común”, de Christian Felber, economista austriaco que recientemente
visitó Ontinyent para exponer su teoría económica.
El capitalismo se basa en la libertad de
las personas que interactúan y cooperan en la sociedad. En términos económicos,
sociedad y mercado son equivalentes. ¿Y cómo cooperamos las personas en el
mercado? Sencillamente intercambiando bienes que nos pertenecen, tales como conocimientos y
habilidades de los individuos, activos materiales y dinero o activos
financieros, libremente y sin coacción. Para que se produzca el intercambio
libre es necesario que exista la propiedad privada y derechos ilimitados sobre
ella, y que cada propietario pueda hacer de su propiedad privada lo que quiera,
sin entrometerse en la propiedad de los demás.
Ciertamente, muchas personas confunden el
capitalismo con monopolios, lobbies y pactos empresariales con el Estado como
por ejemplo las regulaciones en agricultura, las intervenciones bancarias, la
regulación de los mercados (laboral, financieros, cultura, enseñanza, etc),
rescates, aranceles … Esto no es capitalismo de libre mercado sino capitalismo
de Estado.
La proposición de Felber con su economía del
bien común es precisamente la intervención del Estado para limitar la propiedad
privada, las donaciones y el derecho a herencia, limitar el crecimiento de las
empresas, gravar la propiedad para solucionar la crisis, avanzar en una
democracia directa desde asambleas y consultas populares, eliminar los mercados
financieros y hacer del dinero un medio y no un fin. Se atreve, incluso a
limitar el salario y propone que nadie debe cobrar más de 20 veces el salario
mínimo. Seguramente muchas personas que estén por debajo de ese salario pueden
pensar ¿y por qué no limitar lo que ganan los ricos o lo que los padres pueden
legar a sus hijos? La trampa está servida, porque si el poder puede limitar las
fuentes de la prosperidad, también puede acabar con la libertad de todos, como
hizo el totalitarismo comunista en la Unión Soviética y países del telón de
acero hasta 1989 y hoy en el s. XXI en Corea del Norte, Cuba, Moldavia,
Zimbabwe, …
“Poner la economía al servicio del
ciudadano y no del beneficio” o “El egoismo y la irresponsabilidad de la
economía deben dar paso a la cooperación”, frases de Felber que esconden un
delirio populista que puede ser atractivo a simple vista, pero que apuntan a
aniquilar la libertad, pues si en la sociedad los individuos ya cooperamos
nadie nos tiene que forzar a ello.
Se refería Sanchis a las inversiones que
deben hacer las empresas tengan una plusvalía social y ecológica y ahí se
amarran los gobiernos progresistas de todos los partidos, pero no deja de ser
un bulo más, como el que lanza el austríaco cuando propone establecer un nuevo
banco, sin ánimo de lucro y democrático (¡cómo no!).
Todo lo que teoriza Christian Felber son
palabras, promesas y programas. Si el poder no interviene en limitar nuestra
libertad para seguir cooperando, sin leyes que impidan nuestra iniciativa y
nuestra voluntad, los hechos, como dice Adams, son obstinados y no pueden
alterar lo evidente.
(El Periodic d'Ontinyent, 19-1-2013)
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